Es habitual escuchar a padres que describen escenas que se repiten una y otra vez: llanto tras perder, frustración intensa, silencios largos en el coche de vuelta a casa, niños que se encierran y no quieren hablar durante horas o incluso días. A veces aparecen frases como “no quiero jugar más al tenis”, que desaparecen cuando llega el siguiente entrenamiento. Todo esto genera un miedo profundo en los padres: miedo a presionar, a exigir demasiado, a dejar una huella emocional negativa que luego no se pueda corregir.

Sin embargo, en la mayoría de los casos el problema no está en el niño ni en el resultado deportivo. El origen suele estar en el sistema familiar que se crea alrededor del tenis. Cuando este sistema se desequilibra, el jugador empieza a expresar ese desequilibrio a través de enfados, bloqueos, somatizaciones, molestias físicas o pérdida de disfrute.

Uno de los errores más frecuentes es que el proyecto deportivo deje de ser del jugador y pase, poco a poco y sin darse cuenta, a convertirse en un proyecto familiar. Padres que empujan más que sus hijos, que organizan, recuerdan, solucionan, sostienen y tapan constantemente los agujeros. Aunque nace del amor, este acompañamiento excesivo transmite un mensaje claro: “No necesitas responsabilizarte, ya lo hago yo por ti”. Y ese mensaje debilita la autonomía, la madurez y el compromiso real del jugador.

El proyecto funciona cuando es el jugador quien tira del sistema, cuando es él o ella quien pide ayuda, consejo o acompañamiento. No cuando los padres van siempre por delante. Asumir responsabilidades, equivocarse y aprender de las consecuencias forma parte del desarrollo, también en el tenis.

Otro punto clave es entender que la emoción sin consecuencia mantiene el problema. Muchos padres reaccionan con enfado, preocupación o angustia ante conductas no funcionales en competición, pero no establecen límites claros. El sistema enseña más por lo que hace que por lo que dice. Cuando hay emoción pero no hay coherencia, el comportamiento se repite.

Aquí aparece una confusión muy habitual: confundir presionar con ser consecuente. Exigir responsabilidad, compromiso y actitud no es presionar. El tenis es una elección voluntaria y, si el jugador decide recorrer ese camino, necesita asumir lo que implica. Ser consecuente no es castigar, es educar desde la claridad y el respeto.

El miedo de los padres a hacer sufrir a sus hijos es comprensible, pero muchas veces es precisamente ese miedo el que frena su crecimiento. Un entorno que evita cualquier incomodidad genera jugadores frágiles emocionalmente. En cambio, los jugadores que más evolucionan suelen venir de familias exigentes, coherentes y emocionalmente estables, donde los límites están claros y se sostienen en el tiempo.

El talento, sin consecuencias claras, es un proyecto que tiende a estancarse. A corto plazo puede haber resultados, pero a largo plazo otros jugadores más responsables y comprometidos acabarán superándolo. Las consecuencias bien aplicadas ayudan al jugador a hacerse una pregunta esencial: “¿Quiero esto de verdad, con todo lo que supone?”. Esa pregunta marca el inicio de la madurez deportiva y personal.

Por eso es importante que veas el video completo, porque a lo largo del mismo explico, con ejemplos reales y situaciones concretas, cómo estos desequilibrios se crean, cómo se mantienen sin que nos demos cuenta y qué pasos son necesarios para volver a construir una relación sana entre la familia y el tenis.

Mi trabajo como psicóloga del deporte y mental coach especializada en tenis consiste en ir a la raíz y hacer visible lo que no se está viendo, no solo en el jugador, sino también en la consciencia de las familias. Cuando el sistema se reequilibra, el tenis deja de ser una fuente de sufrimiento y vuelve a convertirse en un espacio de crecimiento y desarrollo.

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